De 2009 a 2013, los cinco peores años de la crisis española, nuestra economía se contrajo un 8,6% en términos reales (-1,8% anual). En ese mismo período, el PIB de China aumentó un 53,4% (8,9% anual).
La diferencia no se explica por el incremento de población. El número de habitantes aumentó en ese período de manera similar, un 3,2% en España y un 2,5% en China. En los 15 años que transcurren desde el año 2000 al 2014, ambos incluidos, la población china creció un 8,7% y la española más del doble, un 18,6%.
Esta simple comparación nos da a entender que la correlación entre ambas es economías no es elevada. No obstante, realicemos un análisis más profundo para explicar cómo nos afectará una ralentización, o incluso una recesión, del gigante asiático.
Veámoslo desde un punto de vista empresarial. Pensemos por un momento que España y China son dos compañías que realizan múltiples actividades. La relación de China con España sería de tres tipos: como proveedor, como cliente y como competidor. Analicemos ahora cada uno de estos aspectos.
China proveedor (importaciones). Es nuestra principal relación. En 2014 importamos 16.000 millones de euros de bienes y servicios de ese país, lo que representa un 6% del PIB. Una crisis allí provocada por un exceso de oferta es una excelente noticia para nosotros. Los precios de los productos importados bajan fuertemente. No solo los procedentes de China, sino también los similares que importamos de otros países.
China cliente (exportaciones). Tenemos una relación mucho menor, una cuarta parte del tamaño de la anterior. En 2014 exportamos bienes y servicios por valor de 4.000 millones de euros, un 1,6% del PIB. Si a China le va mal, podrá comprarnos menos. No obstante, los bienes y servicios que exportamos a gigante asiático no tienen el mismo problema de sobreproducción que las importaciones chinas y sus precios no están cayendo.
China competidor (devaluaciones). Este es el aspecto más preocupante para España. En determinados negocios competimos de manera directa con empresas chinas y de otros países emergentes cuyas divisas se están depreciando. Es difícil medir cuánto nos afecta, algunos sectores están más globalizados que otros. Pongamos el ejemplo de una empresa concreta, Acerinox. Sus beneficios dependen de la oferta y la demanda global del acero inoxidable. Compite ferozmente con empresas chinas. Hace un año perseguía que Bruselas penalizase las importaciones chinas por prácticas anticompetitivas. Aunque la compañía está bien gestionada, se enfrenta a una situación muy complicada. Hay sobreoferta en su mercado y su posición competitiva puede seguir empeorando si China continúa devaluando. Por estos motivos, el fondo de inversión que dirijo vendió su posición en este valor en agosto tras las primeras devaluaciones realizadas por Pekín.
Además de las relaciones bilaterales, deberíamos tener en cuenta el impacto de la crisis China en el resto de nuestros socios comerciales y analizar su influencia indirecta en la economía española. Esto es mucho más complicado de realizar porque las variables a estudiar se multiplican, pero se pueden resumir en dos consecuencias generales: menor crecimiento global y bajadas en el precio de las materias primas.
Teniendo en cuenta todo, la conclusión principal es que los efectos de la crisis de China en España son muy dispares. Hay empresas muy perjudicadas, sobretodo las que producen materias primas, energía y otros bienes no diferenciados. Y, por otro lado, la mayoría de españoles observamos cómo cada vez son más baratos muchos de los productos que tenemos que comprar (gasolina, suministros, materiales, etc) para producir o consumir. En esta situación, muchas empresas pueden aumentar márgenes de beneficio, ven cómo se incrementa la renta disponible de sus clientes y sacan provecho de las políticas monetarias expansivas.
El papel de los bancos centrales
Las depreciaciones de las divisas de muchos países emergentes y algunos desarrollados como Australia y Canadá, junto con la bajada del precio de las materias primas y de la energía empujan a Europa, Estados Unidos y Japón hacia la deflación. Esta fuerza se suma a la revolución de las tecnologías de la información, que lleva años presionando a la baja los precios porque nos permite producir con mayor calidad y menores costes.
Las principales autoridades monetarias (Reserva federal, BCE, Banco de Inglaterra y Banco de Japón) deberán seguir aumentando la oferta monetaria (dinero en circulación) con políticas expansivas (tipos bajos y compras de activos) para evitar que bajadas de los precios y fuertes revalorizaciones de sus divisas que dañen a sus economías.
La función principal de los bancos centrales es velar por la estabilidad de precios. En esta situación, las decisiones que tienen que tomar para alcanzar su objetivo de inflación no perjudican el crecimiento económico, sino lo favorecen.
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