Si a un niño de 5 años le preguntas para qué va al colegio te dirá que para jugar, si haces lo mismo con otro de 10 años te responderá que para aprender y si le preguntas a un joven de 20 para qué quiere ser ingeniero agrónomo te contestará que para tener una carrera. Jugar y aprender son fines razonables, sin embargo ¿para qué sirve tener una carrera por el hecho de tenerla? No hay duda de que su estudio requiere un esfuerzo muy relevante durante muchos años, pero ¿qué se consigue con ello? ¿en qué va a emplear el recién graduado los conocimientos adquiridos? Primera conclusión, tenemos claro para qué vamos al colegio, pero no tanto los motivos para ir a la universidad.
Según el Ministerio de Educación en el curso 2010-2011 en España había 32.815 estudiantes de derecho y 24.595 estudiantes de ingeniería industrial. ¿Cuántos de ellos quieren ser abogados o trabajar de ingenieros en una empresa industrial? Probablemente menos del 10% de los matriculados tienen ese objetivo, pero ahí están invirtiendo su esfuerzo, el de sus formadores y el dinero de todos. Deberíamos plantearnos primero qué necesita la sociedad, después qué podemos aportar (es decir, en qué queremos trabajar) y por último, poner los medios (estudiar lo que necesitamos) para desarrollar nuestra actividad laboral. Hacerlo al revés nos está llevando al fracaso. No es casualidad que no haya ninguna universidad española entre las 200 mejores del mundo y que la tasa de paro española sea una de las más altas del planeta.
Este error de concepción del sistema universitario lleva perjudicando a la competitividad de la economía española desde hace décadas y es sin duda una de las causas del alto nivel de paro actual. Trabajo hay y habrá siempre que la sociedad tenga necesidades insatisfechas.
Propuestas para darle la vuelta al modelo.
1) Preguntar a las empresas qué conocimientos y aptitudes deben tener los profesionales que contratan para reorientar los planes de estudio hacia esas áreas. La colaboración de la universidad con la empresa privada no consiste en facilitar prácticas con un contrato que pague menos a la Seguridad Social y esté peor remunerado, sino hacer un estudio de mercado para poder "fabricar perfiles útiles". Probablemente las empresas pidan el dominio del inglés, algo que la mayoría de las facultades no enseñan o relegan a un segundo plano a través de asignaturas optativas. Es inaceptable que nos esforcemos en una enseñanza primaria bilingüe y nos olvidemos del segundo idioma en la universidad porque muchos formadores desconozcan la lengua inglesa.
2) Importar rectores universitarios que traigan las mejores prácticas educativas. En vez de exportar estudiantes, como recomiendan muchos de nuestros catedráticos a sus alumnos, debemos invertir en personas que puedan implantar modelos educativos de éxito comprobado que aumenten las posibilidades de nuestros graduados en el mercado laboral actual. Hay que buscar los mejores profesionales allí donde estén.
3) Enseñar a los alumnos que deben buscar la forma para ser útiles en todo momento para la sociedad. No debemos simplificárselo recomendándoles profesiones concretas que en un determinado momento estén bien consideradas y pagadas porque las necesidades del mercado laboral son cambiantes y porque la sobreoferta que se produce en muchas de esas profesiones suele provocar un alto desempleo futuro en ese sector.
4) Inculcar una ética profesional que genere confianza a largo plazo. En un país salpicado de casos de corrupción, mentiras, intereses ocultos y estafas, transimitir que el negocio es el negocio y que todo vale nos lleva directos a la pobreza. Sólo se puede construir un modelo económico sostenible si personas honradas crean instituciones, leyes y normas en las que podamos confiar.
5) Premiar más la creatividad y menos la memoria a corto plazo. Muchos catedráticos exigen a sus alumnos que les repitan sin cambiar ni una coma los temarios. Se debería dar más valor al debate y a la realización de trabajos prácticos que a los exámenes. El alumno debería llegar a sus propias conclusiones, que no siempre deben coincidir con las de los libros de texto. La educación superior norteamericana es claramente un modelo en este aspecto.
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